
Francisco de Quevedo es uno de mis poetas españoles preferidos. Lo leo y lo releo continuamente como quien vuelve a los lugares más queridos.
Sus sonetos amorosos no sólo me parecen magistralmente logrados en la forma, sino que me resultan plenos de una pasión, una intensidad y una necesidad de expresión de la que otro grande de sus contemporáneos, como Góngora, carecía.
Su lengua mordaz y superdotada era temida y alabada. Sólo uno como él podía hacer un soneto al mosquito ahogado en vino con tal elegancia de formas y profundidad en la sorna.
SONETO
Tudescos moscos de los sorbos finos,
caspa de las azumbres más sabrosas,
que porque el fuego tiene mariposas,
queréis que el mosto tenga marivinos.
aves luquetes*, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos invidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,
liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.
Tomá en el trazo hacia mi nuez la boga,
que bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebistes y os ahoga.
Francisco de Quevedo
Madrid, 1580-1645
*luquetes: rodajas de naranja o limón que se agregaban al vino.